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24 de febrero de 2014
Terapias con animales
A una residencia de ancianos llegaron Ona y a Simba, una pareja de perros golden retriever que han vuelto la residencia del revés. El anuncio de su llegada fue un acontecimiento: se convocaron asambleas para decidir el nombre de los cachorros, cómo se organizarían los turnos de paseo, incluso en qué camas dormirían y cuándo. Ancianos que no se relacionaban se implicaron en interminables conversaciones; incluso quienes se oponían no perdían detalle de los preparativos.
Ahora las cuidadoras se han acostumbrado ya a los interrogatorios de los ancianos: que si los perros tendrán frío, que si tendrán calor, que si ya les han cambiado el agua, que si han paseado lo suficiente, que alguien les ha oído toser... Simba y Ona pasean tranquilamente por el comedor. Ya saben, como lo saben todos los animales, qué ancianos se saltarán las normas y llenarán disimuladamente sus bolsillos para compartir la comida. María, una veterana que se maquilla y adorna con perlas para bajar a cenar, ha desarrollado una notable actividad como retratista de sus adorados animales.
Las visitas de los familiares incluyen ahora a los más pequeños porque pueden jugar con los perros. Los chicos del vecino instituto de formación profesional acuden muchas tardes a practicar con los ancianos y sus compañeros caninos. Las acuarelas y dibujos al carbón de los estudiantes de tercer y cuarto curso de Bellas Artes adornan las paredes del asilo. Lo mejor, los resultados clínicos: "Duermen más tranquilos; llaman mucho menos al médico y a las enfermeras, suelen estar de buen humor y han disminuido las depresiones", comenta la pedagoga Laura Anzizu.
Los expertos creen que jubilados y ancianos son quienes más se benefician de la compañía animal. Son catalizadores sociales muy efectivos en momentos de la vida en que muchas personas cuestionan su autoestima. El geriatra Robert Andrysco subió y bajó solo en un ascensor de un asilo de Ohio (EE UU) durante diez semanas. A partir de la undécima se hizo acompañar de su perro. Nueve semanas después obtuvo conclusiones: "Nadie me habló durante la primera parte del experimento. En la segunda, los ancianos me comentaron algo relacionado con el perro, y después sobre otros temas".
La Fundación Purina ha calculado la actividad física que requiere una mascota: la vida media de un gato precisa 5.500 cambios de arena, que se le proporcionen 16.500 comidas y que le presten atención unas 55.000 veces. Un perro exige 3.700 cepillados y 7.500 paseos. Todos estos cuidados se los proporcionan a Lluna los 30 reclusos de la Unidad Psiquiátrica de Can Brians (Barcelona). Cuando llega la hora de estar con esta cachorro de boxer resulta imposible distinguir en el grupo de presos seleccionados para la experiencia quiénes son los parricidas, quiénes los asesinos o los atracadores múltiples, tal es la ternura con que la acarician, la besan, juegan con ella sobre el césped, la piropean. Uno comenta: "Es lo mejor que tenemos".
La directora de la Fundación Purina, María Dolors Torner, recuerda que en Cuatre Camins, el otro penal catalán donde se aplica la terapia asistida con animales, varios presos le comentaron que la mascota era el único ser en el mundo que les aceptaba como eran, sin condenarles ni delatarles. Tal vez por eso muchos cuentan al animal secretos terribles que se llevarán a la tumba. En Estados Unidos filmaron las confidencias entre un preso y su perro y escucharon por primera vez el relato de sus crímenes. Los había negado antes y continuó negándolos después. En España nadie ha llegado tan lejos. Los directores de las cuatro cárceles que aplican esta terapia, en Barcelona y Murcia, la consideran muy positiva. Un directivo de Can Brians confirmó que las autolesiones y las agresiones a otros reclusos han disminuido más del 90% desde la llegada de Lluna y destacó que durante un trimestre la ausencia de conflictividad fue del 100%.
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