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12 de mayo de 2014

Ahorro Adiposo




En todo caso, ¿por qué esta facilidad para ganar peso? Es la cuestión que abordó en profundidad un imprescindible texto denominado 'La evolución de la adiposidad y la obesidad humana: ¿dónde se estropeó todo?', publicado por el doctor Jonathan C.K. Wells en la revista Disease Models & Mehanisms en septiembre de 2012. Para el doctor Wells, conservar nuestro tejido graso es un aspecto de crucial importancia, y es por ello que el cuerpo humano se resiste a deshacerse de él "así como así". La masa grasa es un componente estratégico que ejerce múltiples funciones beneficiosas: aporta energía para el crecimiento, permite la reproducción, contribuye al buen funcionamiento de nuestro sistema inmune e incluso permite una mayor adaptación al frío.


Wells revisa el conocido enfoque evolutivo que maneja el llamado "concepto del ahorro". Este enfoque sugiere que la exposición ancestral a ciclos de escasez propició que tuviéramos "genes ahorrativos". Pero Wells enumera diversas razones por las que esta hipótesis no explica del todo las actuales tasas de obesidad. Hay más hipótesis, como la del "fenotipo ahorrador", que considera que tanto los bebés nacidos de madres que han sufrido malnutrición en el embarazo, como aquellos que nacieron con bajo peso al nacer, e incluso los que han sufrido una alimentación insuficiente en su infancia, tienen más predisposición a sufrir obesidad en el futuro. No obstante, un metaanálisis de Yu y colaboradores publicado en 2011 no apoyó esta suposición. Wells detalla, además, cómo otros mamíferos, que deberían responder de igual manera que el ser humano, utilizan otras estrategias distintas a la obesidad (almacén de grasa).

Sea como fuere, nuestro tejido graso (tejido adiposo) es fundamental para la persistencia de nuestra especie, ya que viene a ser como una "estrategia de gestión de riesgos" que se adapta de forma flexible a las condiciones exteriores y que ha evolucionado en unas condiciones de estrés (dificultad para conseguir alimentos, unida a un gasto calórico notable) que, hoy por hoy, no se dan. En nuestro entorno moderno, este sistema adaptativo sufre las consecuencias de factores ambientales denominados "obesogénicos". Es por ello que Wells no culpa tanto a la genética como a nuestro entorno, que propicia el aumento de peso y se convierte, en sus palabras, en un "nicho generador de obesidad". Tampoco culpa a la persona con sobrepeso por su pereza o su gula. La sabiduría popular suele adjudicar la responsabilidad de esta enfermedad al individuo -"si está gordo es porque no hace nada para solucionarlo"-, algo que para Wells es demasiado "simplista".


Pero no solo la sabiduría popular es así de simplista: los esfuerzos para hacer frente a la epidemia mundial de obesidad se han centrado en el individuo. La mayoría de campañas de prevención de esta patología "se caracterizan por la negación a muchos niveles de la función fundamental que desempeña la economía global", señala el investigador. Así, la interacción entre la biología del tejido graso del ser humano con el moderno ambiente industrializado está en el meollo de la cuestión. Los esfuerzos para combatir la obesidad serían mucho más eficaces si los gobiernos tomaran cartas en el asunto y considerasen al individuo una inocente víctima de un sistema que contribuye a su ganancia de peso. La doctora Margaret Chan compartió una reciente reflexión que viene muy a cuento y que explica, en parte, el blindaje de este mecanismo perverso. "Tal como me han dicho una y otra vez los gobiernos -señaló-, la presión de los lobbies alimentarios han socavado sus acciones para reducir la obesidad".



En 2008, algunos investigadores sugerían que, en la personas obesas, el patrón de distribución de la grasa visceral determina el riesgo de padecer o no algunas de las complicaciones de la obesidad (en este caso resistencia a la insulina y arteriosclerosis temprana). Es decir, determinaron una obesidad sin algunas de las más importantes complicaciones metabólicas asociadas y, con ello, se empezó a acuñar la expresión "obeso metabólicamente sano".

Desde entonces se ha profundizado en lo que se denomina la "paradoja de la obesidad" y algunos rigurosos estudios han demostrado que, en efecto, existen individuos "obesos metabólicamente sanos" (sin complicaciones metabólicas asociadas a la obesidad) con nada menos que un 38% menos de riesgo de mortalidad por cualquier causa y un 30-50% menos de riesgo de morir por enfermedades cardiovasculares o cáncer que los obesos "no sanos". Otra de las importantes aportaciones de estos estudios es que demuestran que la clave parece estar en la condición física (masa muscular), y no tanto en el IMC o el porcentaje de grasa corporal.

  
De hecho, también hace tiempo que se conoce que una buena condición física (capacidad aeróbica y cardiorrespiratoria) mejora los perfiles lipídicos plasmáticos y la función hepática y, por tanto, la sensibilidad a la insulina, lo que previene la diabetes tipo II, con independencia del peso corporal. Por el contrario, una pobre condición física, además de perjudicar al individuo obeso, puede incluso determinar que existan individuos con peso normal pero con las clásicas patologías asociadas a la obesidad (diabetes tipo II, dislipemias, etc.). Esta situación es, en sí misma, más peligrosa desde el punto de vista del riesgo cardiometabólico que una obesidad con patologías asociadas.

Los nuevos descubrimientos permiten a los científicos estimar que alrededor del 30% de las personas que padecen obesidad no tienen complicaciones metabólicas asociadas debido a su adecuada condición física. Por tanto, tienen un bajo riesgo de mortalidad por las causas vinculadas de manera clásica a la obesidad y, en consecuencia, pueden considerarse "obesos metabólicamente sanos". Queda por evaluar si una mejor condición física evitaría los otros inconvenientes derivados del exceso de peso como, por ejemplo, los problemas articulares.

Con estos datos, la ciencia abre una perspectiva renovada de la obesidad, mostrándonos quizá la verdadera medida y origen de sus riesgos. Por lo pronto, nos emplaza a realizar un diagnóstico más profundo, a ahondar en el perfil metabólico y la condición física para identificar qué individuos, por ser obesos con complicaciones metabólicas y baja condición física, se beneficiarían más de una reducción de grasa corporal y cuáles son "obesos metabólicamente sanos". En síntesis, no parece correcto ni considerar a todos los obesos tan enfermos como hasta ahora, ni entender la obesidad o a la grasa corporal como el mayor condicionante de las patologías asociadas a una elevada y precoz mortalidad.

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